miércoles, 24 de noviembre de 2010

Cielo

la tarde en la que quedé atrapado por G
no te conocía

ni la mañana de otoño en la que me planté delante de su piel
y saqué esa foto,
en aquella ciudad de hielo y ropa de segunda mano,
vapor de agua saliendo de la tierra,
pantallas gigantes,
ambulancias

cuando volví a esta ciudad con un dolor tan profundo,
y andé por las calles empedradas,
las tiendas de chinos,
las litronas de cerveza,
los charcos,
no te conocía,
no sabía ni tu nombre

cuando imprimí esta silueta,
y fui,
solo,
a que la tatuaran en mi brazo,
no te conocía,
no agarré tu mano,
ni te miré,
ni cerré los ojos,
ni pensé en ti

cuando la tinta y la aguja entraron en mi piel,
cuando la lavé tres veces al día,
jabón neutro,
crema antibacteriana,
plástico,
no te conocía

cuando empezó a aparecer la costra,
y se cayó,
y la piel me tiraba como si quisiera cerrarse sobre ella misma,
no te conocía,
ni siquiera podía imaginar algo como tu

cuando la empecé a mirar,
cada mañana,
a hablar con ella,
a decirla que me encantaba verla cada mañana,
cada noche,
que me alegraba de tener a alguien así de cerca
siempre,
no te conocía siquiera

en la nieve del invierno,
en la amarga primavera al borde del abismo,
en el húmedo verano al este del este,
cuando estábamos simplemente ella y yo juntos,
pegados,
no te conocía

por eso
ahora
se hace raro
que
el otoño sea tuyo
y que cada vez que la veo
no importa cuando ni donde
solo
solo
piense en ti

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